Vuelvo a mi blog,
demasiado descuidado, es cierto, porque siento la necesidad de escribir sobre
el tema del título.
Cuando niño tenía una
relación temerosa con la muerte, no quería ni saber de ella. Cuando murió mi
abuela paterna, no quise ni acercarme a su cajón, la miraba desde lejos, desde
la puerta de una sala muy grande, típica de las casas antiguas. Así seguí bastante
tiempo, aunque tuve que sobrellevar alguna muerte cercana, la fui llevando
hasta que en 1973 le tocó a mi papá después una muy corta enfermedad. Además de
quedar solo al frente de mi casa (soy hijo único), tuve que sentarme frente a
ella, la Muerte. Ahora no era algo lejano, había entrado a mi vida, y se había
llevado a mi querido viejo (durante mucho tiempo no pude cantar el tema de
Piero sin que se me ahogara la voz). Ya no pude rechazarla como si no fuera a
tener nada que ver conmigo, la acepté como parte de mi vida en un tejido largo,
de mucho tiempo, en el que todavía ando. Es cierto que en ese camino he entrado
por senderos desconocidos, he subido y bajado, pero la Muerte siempre ha estado
ahí, como siempre donde está la Vida, compañera sutil y necesaria.
Esta semana tuve el
impacto sorpresivo de la muerte de Liliana Bodoc, amiga de la vida, pero más de
la Literatura, del mundo de la ficción, donde uno no sabe dónde empiezan y
terminan las realidades, lo sutil y lo físico. La conocí por los Días del
Venado, que hacía leer a mis alumnos. La llevé a dar charlas a la Escuela, para
gusto y sorpresa de mis alumnos que quedaron fascinados con sus aportes.
Seguimos en contacto, incluso con Jorge, su esposo, por sus actividades como
Programador. Estuvimos almorzando con ellos, con mi esposa, en su casa de El
Trapiche, en San Luis. El martes murió, y el golpe -para mí, como para tantos-
fue enorme. No quiero caer en una nota póstuma más, porque hay varias muy
buenas (recomiendo la de Página 12, del Domingo 11), porque quiero hablar de
Thánatos, la sempiterna compañera de la Vida, de Eros, como las pulsiones de la
muerte y la vida que caracterizó Freud.
Pero tampoco voy a
atreverme a hacer comentarios desde el Psicoanálisis, sino quiero acercarme,
rozar tal vez, algún esbozo del tejido ancestral de la vida y la muerte, ese
que entendieron nuestros pueblos originarios. Para eso, voy a citar una poesía
de Liliana:
La poesía
Liliana Bodoc
"Recuerdo muy bien aquel mundo de agua donde empezó mi vida.
Lo recuerdo porque puedo imaginarlo,
porque puedo conjeturarlo. Ese mundo de agua, redondo y sin fondo, donde adquirí
mi forma fue la metáfora primera que conocí. Y el canal entre mi madre y yo,
fue el primer verso.
Porque la poesía es
una conjetura acerca de lo inefable. Un modo, quizás el único, de acercarse a
las quimeras.
Recuerdo también el
día en que mi madre se quedó parada a mis espaldas, mientras yo subía las
escaleras de la mano de una mujer vestida con guardapolvo blanco. La mujer me
dijo que no llorara, que iba a enseñarme a dibujar la letra m. Entonces, llegó
de nuevo la poesía. Y entendí que el lenguaje puede ser la extensión del regazo
materno.
También recuerdo
cuando ocurrió al revés, y fue mi propio vientre una metáfora de agua.
Puedo recordar cuando
yo fui la madre detenida a espaldas de mi niña. Aquella vez, regresó la poesía
a explicarme los sentidos del tiempo. Hoy recuerdo mi muerte.
Puedo recordarla
porque puedo imaginarla, puedo conjeturarla.
Si en ese trance
consigo aceptar que es nuestro deber dejar sitio a los otros, entonces la
muerte no será más que la mejor metáfora del amor."
Esa es la metáfora que escribió Liliana,
su última poesía en este plano físico, y la primera de su trascendencia
insondable. Su hijo, Galileo, lo entendió así, y escribió:
"La Madre
de los Confines no murió. Mi madre, que también fue madre de los olvidados, de
los marginales, de los tristes, madre de las víctimas, de los desvalidos, de los huérfanos... esa madre no es capaz de morir. Su
alma tan crecida, tan repartida entre todas y todos los que necesitaran un
poquito de ella, ya no entraba en un cuerpo humano. Ese corazón qué bombeaba
amor para los demás ya no era capaz de albergar tanta generosidad. Liliana
Bodoc, nuestra madre, debió abandonar un cuerpo que ya le quedaba chico. Estalló
y se volvió expansiva para meterse dentro de todas y todos nosotros para
siempre. Para darnos la fuerza suficiente de continuar su incansable lucha
contra el odio eterno. Su voz cálida seguirá resonando en nuestras almas,
recordándonos que cuando las mujeres y los hombres cantan, el odio retrocede.
Hasta
siempre mamá, gracias por la vida y por tu revolución. Te prometo que después
de esta tristeza brutal seguiremos cantando y riendo por vos."
En la Edad Media se hablaba de dos tipos de
trascendencia: la del alma, según la concepción católica, y la de la fama, la
vida que pervive en aquellos que nos conocen. La del escritor es otra: la vida
que nace cuando lo leemos, y de esa está hablando Galileo. Pero Liliana fue más
allá: entretejió su ficción con el pensamiento ancestral de nuestros pueblos
originarios.
Entonces no sabemos qué conjetura está viendo ahora, su
mundo se ha ensanchado e integrado en la vida de su clan, de su pueblo, del
Universo. Nos hemos quedado acá, pero sentimos su presencia; estamos muy
tristes, es inevitable, pero sabemos, por fe y esperanza en su sentido más
primigenio, que el camino conjunto continúa, de manera sutil y excelsa.
Acá vamos.