martes, 13 de febrero de 2018

Θάνατος (Thánatos), la muerte


Vuelvo a mi blog, demasiado descuidado, es cierto, porque siento la necesidad de escribir sobre el tema del título.

Cuando niño tenía una relación temerosa con la muerte, no quería ni saber de ella. Cuando murió mi abuela paterna, no quise ni acercarme a su cajón, la miraba desde lejos, desde la puerta de una sala muy grande, típica de las casas antiguas. Así seguí bastante tiempo, aunque tuve que sobrellevar alguna muerte cercana, la fui llevando hasta que en 1973 le tocó a mi papá después una muy corta enfermedad. Además de quedar solo al frente de mi casa (soy hijo único), tuve que sentarme frente a ella, la Muerte. Ahora no era algo lejano, había entrado a mi vida, y se había llevado a mi querido viejo (durante mucho tiempo no pude cantar el tema de Piero sin que se me ahogara la voz). Ya no pude rechazarla como si no fuera a tener nada que ver conmigo, la acepté como parte de mi vida en un tejido largo, de mucho tiempo, en el que todavía ando. Es cierto que en ese camino he entrado por senderos desconocidos, he subido y bajado, pero la Muerte siempre ha estado ahí, como siempre donde está la Vida, compañera sutil y necesaria.

Esta semana tuve el impacto sorpresivo de la muerte de Liliana Bodoc, amiga de la vida, pero más de la Literatura, del mundo de la ficción, donde uno no sabe dónde empiezan y terminan las realidades, lo sutil y lo físico. La conocí por los Días del Venado, que hacía leer a mis alumnos. La llevé a dar charlas a la Escuela, para gusto y sorpresa de mis alumnos que quedaron fascinados con sus aportes. Seguimos en contacto, incluso con Jorge, su esposo, por sus actividades como Programador. Estuvimos almorzando con ellos, con mi esposa, en su casa de El Trapiche, en San Luis. El martes murió, y el golpe -para mí, como para tantos- fue enorme. No quiero caer en una nota póstuma más, porque hay varias muy buenas (recomiendo la de Página 12, del Domingo 11), porque quiero hablar de Thánatos, la sempiterna compañera de la Vida, de Eros, como las pulsiones de la muerte y la vida que caracterizó Freud.

Pero tampoco voy a atreverme a hacer comentarios desde el Psicoanálisis, sino quiero acercarme, rozar tal vez, algún esbozo del tejido ancestral de la vida y la muerte, ese que entendieron nuestros pueblos originarios. Para eso, voy a citar una poesía de Liliana:

La poesía
Liliana Bodoc

"Recuerdo muy bien aquel mundo de agua donde empezó mi vida. Lo recuerdo porque puedo imaginarlo, porque puedo conjeturarlo. Ese mundo de agua, redondo y sin fondo, donde adquirí mi forma fue la metáfora primera que conocí. Y el canal entre mi madre y yo, fue el primer verso.
Porque la poesía es una conjetura acerca de lo inefable. Un modo, quizás el único, de acercarse a las quimeras.
Recuerdo también el día en que mi madre se quedó parada a mis espaldas, mientras yo subía las escaleras de la mano de una mujer vestida con guardapolvo blanco. La mujer me dijo que no llorara, que iba a enseñarme a dibujar la letra m. Entonces, llegó de nuevo la poesía. Y entendí que el lenguaje puede ser la extensión del regazo materno.
También recuerdo cuando ocurrió al revés, y fue mi propio vientre una metáfora de agua.
Puedo recordar cuando yo fui la madre detenida a espaldas de mi niña. Aquella vez, regresó la poesía a explicarme los sentidos del tiempo. Hoy recuerdo mi muerte.
Puedo recordarla porque puedo imaginarla, puedo conjeturarla.
Si en ese trance consigo aceptar que es nuestro deber dejar sitio a los otros, entonces la muerte no será más que la mejor metáfora del amor."

Esa es la metáfora que escribió Liliana, su última poesía en este plano físico, y la primera de su trascendencia insondable. Su hijo, Galileo, lo entendió así, y escribió:

"La Madre de los Confines no murió. Mi madre, que también fue madre de los olvidados, de los marginales, de los tristes, madre de las víctimas, de los desvalidos, de los huérfanos... esa madre no es capaz de morir. Su alma tan crecida, tan repartida entre todas y todos los que necesitaran un poquito de ella, ya no entraba en un cuerpo humano. Ese corazón qué bombeaba amor para los demás ya no era capaz de albergar tanta generosidad. Liliana Bodoc, nuestra madre, debió abandonar un cuerpo que ya le quedaba chico. Estalló y se volvió expansiva para meterse dentro de todas y todos nosotros para siempre. Para darnos la fuerza suficiente de continuar su incansable lucha contra el odio eterno. Su voz cálida seguirá resonando en nuestras almas, recordándonos que cuando las mujeres y los hombres cantan, el odio retrocede.
Hasta siempre mamá, gracias por la vida y por tu revolución. Te prometo que después de esta tristeza brutal seguiremos cantando y riendo por vos."

En la Edad Media se hablaba de dos tipos de trascendencia: la del alma, según la concepción católica, y la de la fama, la vida que pervive en aquellos que nos conocen. La del escritor es otra: la vida que nace cuando lo leemos, y de esa está hablando Galileo. Pero Liliana fue más allá: entretejió su ficción con el pensamiento ancestral de nuestros pueblos originarios. 

Entonces no sabemos qué conjetura está viendo ahora, su mundo se ha ensanchado e integrado en la vida de su clan, de su pueblo, del Universo. Nos hemos quedado acá, pero sentimos su presencia; estamos muy tristes, es inevitable, pero sabemos, por fe y esperanza en su sentido más primigenio, que el camino conjunto continúa, de manera sutil y excelsa.


Acá vamos.