Me cuesta
bastante encontrar tiempo para escribir en mi blog, y este tema me anda
rondando la cabeza desde hace un buen tiempo, aunque, a medida que este pasa,
los elementos de juicio aumentan, siempre en la misma dirección.
Soy
profundamente crítico –y ya lo he manifestado varias veces, así que no abundaré
sobre esto- del modelo económico neoliberal que está instalando el macrismo,
sin mayor originalidad, porque es el que –en distintos grados y estadios-
aplican la mayoría de los Gobiernos latinoamericanos (Chile, Perú, Colombia,
México –sí, la incluyo, porque, a pesar de todos sus situaciones, pertenece a
Latinoamérica), o la Comunidad europea).
El punto de
análisis que me gustaría plantear tiene que ver con la validez de la propuesta
desde lo conceptual. En realidad, no lo haré desde una visión economicista,
porque no tengo idoneidad sobre el tema, sino intentando lograr cierta
comprensión política del proceso. De todos modos, he leído lo suficiente como
para ver que, cuando se habla de neoliberalismo, no nos encontramos frente un
concepto unívoco, sino a uno que provoca diferentes interpretaciones, críticas
y alabanzas.
Otro tema de
análisis es la aplicación del plan, no porque el Gobierno no tenga una decisión
muy clara de terminar con lo que llaman populismo, al que consideran el cáncer
de la Argentina. Es claro que hablan del Peronismo, y han logrado que una buena
cantidad de argentinos (por supuesto, están incluidos los tradicionales
antiperonistas) compartan esta visión descalificadora del populismo, término
por lo demás, usado genéricamente, con poca precisión histórica y conceptual,
pero eso no tiene mayor importancia, porque lo que importa no es la verdad,
sino lo que la gente crea, o mejor, sienta, que es a lo que se llama pos
verdad.
La mayoría de
los países arriba mencionados han adoptado este modelo político económico
bastante antes que Argentina. Un ejemplo claro y cercano es el de Chile, que lo
empezó a poner en práctica con la dictadura de Pinochet, y que no se movió de
él –salvo algunas modificaciones más cosméticas que otra cosa- ni siquiera con
Gobiernos socialistas como el de Bachelet. Si queremos poner otro ejemplo,
consolidado y desarrollado, podemos citar a Australia. Cuando alguien quiere
denostar al Peronismo (lo he escuchado y leído) dice que, si no fuera por este,
seríamos como Australia.
Tampoco entraré
en la discusión sobre si esto hubiera sido mejor para Argentina: de hecho,
cuando miro a Chile, nuestros vecinos, país al que he viajado desde los once
años, o sea, desde hace setenta años, digo que no quiero ser como ellos, aunque
están considerados por el establishment como el país top de Sudamérica.
Mi planteo es que
el macrismo elige este modelo, en parte porque detesta al Peronismo, y todo lo
que significa como proyecto político (recordemos sus tres banderas: la justicia
Social, la Independencia Económica y la Soberanía Política), pero también
porque es la exigencia de los organismos internacionales que le aseguran el
crédito para vivir, aunque Macri diga que no quiere tomar deuda: léase, Educación
desregulada, Salud pública mínima, Jubilación privada, todo lo que permite a
las Corporaciones hacer negocios fabulosos, aunque sea a costa de la calidad de
vida de la gran mayoría de Sociedad, etc. Las recomendaciones del FMI, que son
públicas, y sin ninguna vergüenza, me inhiben de otros ejemplos.
El tema es que
Argentina es distinta, justamente porque existió el Peronismo, y hay un sistema
de salud y Universidades públicas, y una clase media que, aunque haya olvidado
de dónde vino, no va a aceptar fácilmente perder un standard de vida, único en
muchos sentidos, en Latinoamérica. Muy a pesar de mí, no avanzaré en estas
reacciones, ya visualizadas en la última época, porque no deseo que lleguemos a
situaciones críticas, que ya viví varias veces en mi patria.
Además de las
situaciones presentadas más arriba, hay otro problema: ¿no estamos subiendo
tarde al tren? Es cierto que la mayoría de los trabajos sobre el Capitalismo,
desde que surgió a mediados del siglo XIX, son teorías de la crisis, por lo que
parecería poco serio augurar su fin, pero ahora hay agravantes, y como dice un
autor, alguna vez llegará tarde la caballería.
De hecho, esos
salvatajes han dejado huellas profundas y graves en la sociedad. Basta con
recordar la crisis europea del 2008 para comprenderlo. Las guerras injustas –como
toda guerra, por lo demás- hacen del mundo un escenario cada vez más violento e
impredecible. Lo mismo sucede con la conducción política de los países,
cuestionadas por sus malas gestiones y su corrupción: citar a Trump es casi un
exceso, pero es un factor central del sistema actual.
Collins está convencido de que “el desplazamiento
tecnológico de la mano de obra” habrá acabado con el capitalismo, con o sin
violencia revolucionaria, a mediados de este siglo, antes de ser derribado por
una crisis ecológica en principio igualmente destructiva y definitiva, siendo
esta opción más probable que la hipótesis de las burbujas financieras que son
comparativamente más difíciles de predecir. (¿Cómo terminará el
Capitalismo?, Wolfang Streeck, 2016, p. 24). El hecho es real, aunque sea un
augurio no comprobable, y creo esta decisión de Macri -escondida falazmente,
por lo demás, en la campaña, y aún ahora-, es mala, por incorrecta y
extemporánea, y la pagaremos caro, nosotros, y nuestra descendencia.
Francisco en un Discurso a los movimientos populares
en Roma (Hechos e Ideas, Junio – Julio 2017, Nº 3), dijo: “en nuestro último
encuentro en Bolivia con mayoría de latinoamericanos hablamos de la necesidad
de un cambio para que la vida sea digna, un cambio de estructuras; también de
cómo ustedes, los movimientos populares son sembradores de ese cambio,
promotores de un proceso en el que confluyen millones de acciones grandes y
pequeñas encadenadas creativamente, como en una poesía, por eso quise llamarlos
“poetas sociales”; y también enumeramos algunas tareas imprescindibles para
marchar hacia una alternativa humana frente a la globalización de la
indiferencia : 1. Poner la economía al servicio de los pueblos; 2. Construir la
paz y la justicia; 3. defender la Madre Tierra.”
Este debe ser nuestro destino, el que plantea
Francisco, que tal vez represente la única oportunidad que se visualiza hoy,
para defender un mundo que valga la pena ser vivido.